Decidí pasar mi último desayuno en Estambul con un perro turco. Lo acaricié, me siguió y nos hicimos amigos. Era un perro grande, grande, con ojos de sabiduría y carácter tranquilo.
Estuvimos caminando por ahí, hasta encontrar un lugar en el que nos sentamos, los meseros me dijeron merhaba (hola en turco) y querían correr al perro, tuve que decirles que le dijeran merhaba también a él, que era mi amigo y se sentaría en la mesa conmigo. Los meseros le dijeron merhaba muertos de risa. Él pidió pollo, yo café y baklava, comimos lento, los perros de Turquía no tienen hambre, así que disfrutan la comida.
Acabamos y seguimos nuestro camino, yo llorando, él en su mundo de perro. Ya al final me pescó de la bufanda y no me dejaba ir, nos despedimos rápido para no hacer las cosas más difíciles.
Adiós Estambul, siempre te voy a extrañar.